No puede negarse la osadía de los toros que van al frente. Tampoco el raleo de la manada. El mercado bull está vigente, pero perdió espesor. En su maraña de récords, Wall Street no precisa una baja de tasas.
Sin novedad en el frente. Ni en la retaguardia. Nvidia bate récords y arrastra consigo a los índices principales de Wall Street. El S&P 500, el miércoles, cruzó fugazmente por primera vez la vara de los 5500 puntos. Montado sobre la bonanza de Nvidia y la inteligencia artificial, acumula 31 récords en lo que va de 2024, después de una sequía de dos años. Wall Street avanza con el empuje de Nvidia, pero cuando el papel estornuda, se resfría de inmediato. Su dependencia es notable. Bastó que el fabricante de chips tropezara el jueves (-3%) luego de quebrar otro máximo para que el S&P 500 y el Nasdaq suspendieran la fiesta y lo acompañasen en el sentimiento. El viernes sucedió otro tanto, con gran volumen, en una rueda que presenció un triple vencimiento de opciones (donde se transaron siete millones de contratos sobre el papel estrella).
A no asustarse, no es una montaña rusa. La volatilidad accionaria apenas pestañea. El índice VIX cerró en 13, lejos de un umbral que represente peligro. Nvidia escaló 155% en el año (y más de 1000% desde octubre de 2022). Dos jornadas con mermas de 3% es un respiro y no un cuestionamiento serio. Tampoco el paso al costado del S&P 500 (+14,5% en el año) y el Nasdaq (+17%) cancela la embestida de los toros. El Dow Jones Industrial, que no incluye a Nvidia, pero podría después de su «stock split» (división accionaria), trepó 1,45% en su mejor desempeño semanal desde mayo. El mercado bull está intacto.
Sin embargo, la euforia no es dominante. La desconfianza, más que el temor, le ganó estas dos últimas semanas a la ambición. El momentum de la suba es impecable, pero hay fisuras. Wall Street atropella récords, varios por semana. No obstante, la relación entre acciones que establecen nuevos máximos (de 52 semanas) y aquellas que caen a nuevos mínimos disminuye y tiende a nivelarse. Más allá de la fiebre de la tecnología, la participación escasea y, el último mes, hay una clara pérdida de pujanza. El S&P 500 avanzó 4,3% gracias solo a un puñado de sus componentes. El precio de esa misma canasta de 500 acciones no aumentó, sino que se redujo 1,4% si se pondera por igual a cada papel y no por su valor de capitalización (lo que les da más peso a las compañías más grandes). Hay que remontarse a fines de marzo para ubicar al último récord del índice de igual ponderación. Desde entonces cayó 2,6%. Abril fue duro para todos, y en mayo ensayó la misma recuperación del S&P 500 convencional, pero se quedó sin combustible desde hace un mes. Si se consideran otros papeles, como las acciones de compañías chicas, su recorrido revela una anemia peor. El Russell 2000 se hundió el último mes 2,5%. Y en el año yace 0,5% abajo. No puede negarse la osadía de los toros que van al frente. Tampoco el raleo de la manada. El mercado bull está vigente, pero perdió espesor (que nunca fue su fuerte).
La tolerancia de la FED mientras la baja procede con prolijidad fuera de EEUU
La grieta es llamativa porque, como se dijo, la volatilidad no es noticia. Las tasas largas bajaron casi medio punto desde su pico reciente a fines de abril. Y, sobre todo, se despejaron los nubarrones que surgieron el primer trimestre fuera de agenda. La inflación se aplacó en mayo. La FED, que mostró tolerancia cuando la data no era de su agrado, comprobó que la paciencia es la receta adecuada. Y en ningún momento amagó la intención de endurecer la política monetaria. Finalmente, la economía crece rozagante, más allá de unos atisbos de enfriamiento que también se subsanaron. En mayo la creación de empleo se mostró enérgica y lo mismo la actividad. Quizás, demasiado para el gusto de la FED, pero al tono con lo que le sienta mejor a las empresas y su rentabilidad. ¿Y por qué no derrama la bonanza accionaria y se concentra más y más? Ese el núcleo de la desconfianza. No es novedosa porque el rally debió trepar siempre por un desfiladero de complicaciones, pero se renueva.
La baja de tasas se conversa mucho en EEUU. La FED no retacea oradores ni puntos de vista. Pero carece de apuro y no se realiza. En cambio, la baja procede con prolijidad fuera de EEUU. Suiza, que la estrenó entre los países del G10, gatilló ya su segundo recorte de un cuarto de punto. Y se toman apuestas sobre si habrá un tercero en lo que resta de 2024. El Banco de Inglaterra, en votación dividida de 7 a 2, dispuso mantener sus tasas. Y así una baja en agosto está metida en los precios. Noruega, que tomó similar resolución, parece un hueso más duro de roer (por lo menos hasta 2025). Australia, ídem. Y Japón, la excepción a la regla, debería practicar una suba (la segunda) aunque ya se comprobó que poco le importa al mundo. Salvo en el mercado de cambios, donde debió intervenir para sostener al yen en abril y mayo sin resultados duraderos. En su maraña de récords, Wall Street no precisa una baja de tasas. Y conviene creerle a Neel Kashkari, uno de los pocos halcones de la FED junto con la gobernadora Michelle Bowman. Hay que pensar que quedará para diciembre, después de la elección. Pero la segunda línea y las compañías chicas la preferirían antes. No se atenderán sus deseos a menos que se hagan escuchar a modo de clamor con el suficiente estruendo.