Hace sólo un par de semanas, bien temprano en la mañana de un domingo (más precisamente a las 7:30 del 13 de octubre), el mundo fue testigo de un gran logro de la ciencia y la tecnología, como ha sido la recuperación del propulsor Super Heavy, parte de la aeronave Starship, propiedad de la firma privada Space X, dedicada a fabricación aeroespacial y a servicios de transporte espacial.

Quizas en un momento de la historia donde en general hemos perdido nuestra capacidad de asombro, la recuperación del Super Heavy ha sido de una complejidad tal que el logro efectivo marca un hito en la historia del acceso al espacio, por la posibilidad de reutilización de un cohete, por la reducción futura de manera considerable del costo de los viajes espaciales: ahora se puede prorratear el uso de un lanzador en más de una misión, algo que hasta el domingo de referencia no se podía hacer, era “one shot”.

Industria aeroespacial en modo «bullish» y el rol clave de los estados

El hito es la punta de iceberg de una industria que se mantiene bullish, convertida en protagonista de nuestros tiempos, con un crecimiento sostenido. Para la industria aeroespacial (en conjunto con la industria de la defensa) se prevé una tasa de crecimiento anual compuesto (CAGR) del 5,85 % durante el período 2024-31. El protagonismo que están ganando las grandes compañías también se debe al corrimiento parcial de los estados nacionales del rol impulsor de la carrera por el acceso al espacio, y el surgimiento de capitales privados con intenciones de tomar el testigo y liderar esa competencia.

No obstante, a pesar de las grandes luces enfocando a Elon Musk (dueño de Space X), a Jeff Bezos (Blue Origin) y/o a Richard Branson (Virgin Galactic), detrás de escena siguen los Estados manejando los hilos del tablado; con sus determinantes contribuciones a los desarrollos científicos y tecnológicos, con los marcos regulatorios y políticas de fomento, con desarrollo de infraestructuras críticas y con la inversión en educación y formación de científicos, ingenieros y técnicosespecializados.

Así podemos ver, por ejemplo, que Estados Unidos está comenzando con el desarrollo del Proyecto DRACO (en inglés Demostrator Rocket for Agile Cislunar Operation), que no es más ni menos que el primer acercamiento a un cohete con propulsión termo nuclear.

El proyecto DRACO es compartido entre dos grandes agencias gubernamentales norteamericanas, como son la NASA (la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio), ampliamente reconocida por sus logros de acceso al espacio (la llegada a la Luna el más relevante de todos), y la DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa), no tan famosa como la NASA por su nombre aunque sí por su principal creación: Internet. Ambos organismos estatales manejan afectaciones presupuestarias (fondos públicos) lo suficientemente relevantes como para lograr sus objetivos.

Tanto la llegada a la Luna como Internet son hitos más que relevantes de la ciencia y la tecnología mundiales, el primero de ellos con un trasfondo de proyección de poder incontestable (el acceso al espacio), el segundo no menos importante ni tan estridente pero que esconde la posibilidad de dominar al mundo a partir de ser autoridad tecnológica en la red.

Es que siguiendo la idea de proyección de poder, además de la capacidad económica de los países (medida en términos del PIB que generan), la capacidad militar (reflejada en el tamaño del instrumento militar de una nación y/o sus gastos en defensa), también las naciones pueden contar con una capacidad tecnológica que les permita imponerse al resto.

Geopolítica de la tecnología

En este sentido, hay naciones que pugnan no solamente por ser autónomas tecnológicamente, sino por propagar sus propios desarrollos y dominar el mundo con estas herramientas, mientras que otras tantas (en un segundo orden de prelación) buscan el mejor lugar que puedan ocupar entre la idea de soberanía y la de dependencia tecnológica, cuestiones que en definitiva son caras de una misma moneda. De la gestión de esta cuestión surge la geopolítica de la tecnología.

Y así como Estados Unidos da lugar a los privados para seguir avanzando tecnológicamente, también continúa financiando con presupuesto público nuevos desarrollos estratégicos; lo mismo hacen China, Rusia y la Unión Europea entre otros actores preeminentes en la actual era espacial. En tanto que países como la India, Corea del Sur y Japón intentan extender las fronteras de sus autonomías en el acceso al espacio, manteniendo el segundo orden de prelación antes mencionado.

Ciencia y tecnología: ¿qué debería hacer la Argentina?

La Argentina seguramente también buscar su “sitio ideal” entre dependencia y soberanía tecnológica. El país ha ido alimentando el sueño de cierta autonomía desde los años `50 del siglo pasado, al igual que las grandes potencias con fondos públicos, con reconocidos y valorados logros en ámbitos como el nuclear y el aeroespacial.

Esta cuestión de ningún modo debería cortarse, porque (ahora a diferencia del mismo espejo en el que nos reflejamos) nosotros no tenemos ni a Elon Musk, ni a Jeff Bezos, ni a ningún megamillonario que pueda acompañar un proceso de empoderamiento nacional desde la tecnología y, en el caso de que efectivamente no se invierta más, estaríamos entonces amputando “los laureles que supimos conseguir”.

Director de ESPADE, miembro del IRI-UNLP. Autor del libro “5G, La Guerra Tecnológica del Siglo”, en X (Twitter) @G_Balbo