El desarrollo de muchas ciudades del conurbano bonaerense está íntimamente ligado al avance del ferrocarril. En el caso de Monte Grande y Luis Guillón, el tren fue mucho más que un medio de transporte: fue una herramienta clave que impulsó su crecimiento poblacional, económico y social. Estas dos ciudades, ubicadas en el sur del Gran Buenos Aires, tienen una historia que se transformó radicalmente con la llegada del tren. Esta nota analiza cómo la traza ferroviaria no solo organizó su estructura urbana, sino que también moldeó su identidad y dinamizó la vida de sus habitantes.
El origen del desarrollo ferroviario en Argentina se remonta al siglo XIX, cuando comenzaron a trazarse las primeras líneas férreas que conectaban la ciudad de Buenos Aires con otras regiones. En 1865, con la inauguración del Ferrocarril del Sud (actualmente Ferrocarril General Roca), se abrieron nuevas posibilidades de conexión con el interior bonaerense. Fue esta línea la que marcó el rumbo de muchas ciudades, entre ellas Monte Grande y, años más tarde, Luis Guillón.
Monte Grande fue oficialmente fundada en 1889. A pesar de que existían asentamientos previos dedicados a la agricultura y la ganadería, fue la instalación de la estación ferroviaria lo que marcó el inicio del verdadero crecimiento urbano. El tren permitió que los productos del campo llegaran más rápido a la capital y que los vecinos pudieran viajar con mayor facilidad. El acceso directo a la Ciudad de Buenos Aires atrajo a muchas familias, comerciantes e inmigrantes que buscaban nuevos horizontes, y encontraron en Monte Grande una zona estratégica para establecerse. Alrededor de la estación comenzaron a surgir los primeros comercios, almacenes, escuelas y centros de salud. La traza del ferrocarril actuó como una columna vertebral que organizó la ciudad: las calles se expandieron desde las vías hacia ambos lados, dando origen a nuevos barrios y zonas residenciales. Monte Grande dejó de ser una zona rural y se convirtió en un punto clave dentro del entramado metropolitano.
Por su parte, Luis Guillón tuvo un desarrollo más tardío pero igualmente influenciado por el tren. Aunque el barrio ya existía como un paraje semi-rural, fue recién con la apertura de su estación ferroviaria en la década de 1920 que empezó a consolidarse como localidad. La estación se volvió un polo de atracción para nuevos vecinos, pequeños industriales y comerciantes que veían en la conectividad una gran ventaja. El tren permitió que materiales de construcción, alimentos y bienes de consumo llegaran fácilmente. A su vez, facilitó que muchos trabajadores se trasladaran diariamente a sus empleos en otras zonas del conurbano o en la Capital Federal. Esto transformó a Luis Guillón en una ciudad dormitorio que, con el tiempo, fue fortaleciendo su identidad propia.
El impacto económico del ferrocarril fue inmenso. La región comenzó a atraer inversiones vinculadas al comercio, la industria y los servicios. Se instalaron talleres, depósitos y fábricas que utilizaban el tren para distribuir sus productos. El comercio local floreció al poder abastecerse con mayor rapidez y variedad. Además, muchas quintas y chacras aprovecharon el acceso al tren para exportar su producción hacia los mercados porteños.
Pero el cambio no fue solo económico. El ferrocarril trajo consigo un fenómeno social y cultural profundo. Las nuevas comunidades que se formaron en torno a las estaciones fueron forjando una identidad colectiva marcada por la migración, el esfuerzo y la esperanza de progreso. Inmigrantes europeos, principalmente italianos y españoles, se asentaron en estas tierras y contribuyeron con su trabajo a la construcción de escuelas, iglesias, clubes y centros culturales. Las estaciones de Monte Grande y Luis Guillón se convirtieron en verdaderos centros de encuentro. Eran el lugar donde los vecinos se saludaban, donde se recibían noticias, donde se esperaba a los familiares que venían desde lejos. Incluso hoy, tienen un valor simbólico muy fuerte y son consideradas puntos de referencia dentro del tejido urbano. Su arquitectura tradicional, sus andenes y sus alrededores mantienen viva la memoria de una época donde el tren marcaba el pulso del día a día.
En cuanto al trazado urbano, las vías del tren influyeron directamente en la planificación de ambas localidades. Las calles principales surgieron en torno a la estación, y muchas decisiones urbanísticas se tomaron en función del paso del ferrocarril. Aún hoy, en el lenguaje cotidiano de los vecinos, se utiliza la expresión “del lado de las vías” para referirse a diferentes zonas de la ciudad, lo cual demuestra la huella cultural que dejó la presencia ferroviaria.
Durante los años ‘90, con la privatización de los ferrocarriles y el abandono del sistema público, muchas estaciones sufrieron un fuerte deterioro. Sin embargo, en las últimas décadas, el Estado ha impulsado un proceso de modernización de la línea Roca que ha devuelto protagonismo a Monte Grande y Luis Guillón. Se mejoraron las vías, se renovaron formaciones y se electrificó gran parte del recorrido, lo que mejoró la frecuencia y la calidad del servicio. Este resurgir del tren no solo mejoró la movilidad, sino que también impulsó un proceso de revalorización urbana. Zonas que antes eran consideradas periféricas hoy están siendo urbanizadas, y los proyectos inmobiliarios se concentran cada vez más cerca de las estaciones. El tren volvió a ser un factor de dinamismo social y económico, al igual que en sus orígenes.
Para los habitantes de Esteban Echeverría, el ferrocarril representa más que un medio de transporte: es parte de su historia, de sus raíces, de su modo de vida. Es un símbolo de progreso, pero también de lucha y de transformación. Permite conectar el pasado con el presente y proyectar un futuro donde el desarrollo urbano se construya sobre bases más sustentables. En tiempos donde se busca promover el transporte público y reducir el uso del automóvil, el tren se posiciona nuevamente como una opción eficiente, económica y ecológica. Apostar al ferrocarril es apostar a ciudades mejor conectadas, con menor contaminación y mayor calidad de vida.
La historia de Monte Grande y Luis Guillón no puede entenderse sin el ferrocarril. Las locomotoras trajeron más que pasajeros: trajeron sueños, trabajo, identidad y crecimiento. Y aún hoy, cada vez que suena el silbato en la estación, se renueva ese lazo profundo entre el tren y la comunidad.